miércoles, 5 de noviembre de 2008
El descenso de la Diosa
En este mundo, la Diosa se nos muestra en la Luna, la luz que esplende en la Obscuridad, la que trae la lluvia, la que mueve las mareas, Señora de los Misterios. Y así como la Luna crece y mengua, y marcha por tres noches de su ciclo en plena Obscuridad, de igual manera, se dice, la Diosa pasó una vez tres noches en el Reino de la Muerte.
En los tiempos antiguos de Invierno nuestro Señor, el Astado, era, como lo ha sido siempre, El Que Consuela, El Que Alivia; mas los humanos lo conocían como el Terrible Señor de las Sombras –solitario, adusto, e inconmovible.
Mas nuestra Señora y Diosa con frecuencia se dolía hondamente por el destino de Sus creaciones al verlas envejecer y morir. Quiso resolver todos los Misterios, incluso el Misterio de la Muerte. Puesto que, enamorada, Ella busca siempre a Su otro Yo, y una vez, en el Invierno del año, cuando Él había desaparecido de la verde Tierra, Ella lo siguió y llegó por fin a las Puertas más allá de las cuales los vivos no van jamás. De manera que viajó al Mundo Inferior en Su bote, por el Río Sagrado del Descenso.
El Guardián de la Puerta La desafió, exigiendo una de Sus prendas a cambio del acceso, ya que nada puede ser recibido salvo que algo sea dado a cambio. Y en cada una de las puertas hubo la Diosa de pagar el precio del acceso, ya que los Guardianes le dijeron:
“Despojaos de Vuestras vestimentas, y haced a un lado Vuestras joyas, puesto que nada podéis traer con Vos a éste nuestro Reino”.
De esta manera Ella se despojó de Sus ropas y de Sus joyas, entregándolas a los Guardianes, ya que nada puede ser llevado a aquellas regiones. Por amor, Ella fue atada como deben serlo todos los seres vivos que buscan entrar en el Reino de la Muerte y de los Poderosos.
En la primera Puerta Ella entregó Su cetro; en la segunda, Su corona; en la tercera, Su collar; en la cuarta, Su anillo; en la quinta, Su faja; en la sexta, Sus sandalias; y en la séptima, Su vestido.
La Diosa quedó desnuda, y fue conducida a la presencia misma del Dios Obscuro.
Él la amó, pues tal era Su belleza, y se arrodilló a Sus pies al verla entrar, colocando ante Ella Su espada y Su corona, y besó Sus pies, diciendo:
“Benditos sean Vuestros pies, que Os han traído por este camino”.Entonces se incorporó, y dijo a la Diosa:
“No tornéis al mundo de los vivos, mejor permaneced aquí conmigo; permitidme poner Mi fría mano en Vuestro corazón, y tened paz y reposo y consuelo”.
Mas Ella respondió:
“Pero Yo no Os amo, pues ¿por qué provocáis que todas las cosas que Yo amo, y que me deleitan, mueran y se marchiten?”
Señora”, dijo Él; “es contra la edad y el destino que protestáis, ante los cuales nada puedo hacer. Es el destino de cuanto vive morir. A causa de la edad, todo pasa; todo se marchita. Pero cuando los seres vivos mueren al final del tiempo, Yo traigo alivio y consuelo a aquellos que pasan por las Puertas, para que puedan rejuvenecer de nueva cuenta. Por un tiempo habitan ellos con la Luna, y con los espíritus de la Luna; entonces pueden ellos retornar al mundo de los vivos. ¡Pero Vos! Sois hermosa. Sois el deseo de Mi corazón –no tornéis, mejor permaneced aquí conmigo”.
Mas Ella respondió:
“No os amo”.
De nuevo se postró el Dios, y besó las rodillas de Ella, diciendo:
“Benditas sean Vuestras rodillas, que se postran ante el Altar. Permaneced aquí conmigo; permitidme poner Mi fría mano en Vuestro corazón”.
Mas Ella respondió:
“No Os amo, y Soy necesaria en el Reino de la Vida”.
El Dios, de rodillas todavía, besó el vientre de Ella, diciendo:
“Bendito sea Vuestro vientre, sin el cual ninguno de nosotros sería. Permaneced aquí conmigo; permitidme poner Mi fría mano en Vuestro corazón”.
Mas ella respondió:
“Aunque siento retoñar el amor por Vos, debo retornar con aquellos a quienes amo en plenitud, en el Mundo de la Creación”.
El Dios, incorporándose entonces, la besó en sus senos, diciendo:
“Benditos sean Vuestros senos, formados con fuerza y belleza. Permaneced aquí conmigo; permitidme poner Mi fría mano en Vuestro corazón”.
Mas ella respondió:
“Aunque siento el amor por Vos, debo retornar con aquellos por quienes soy responsable, en el Mundo de la Creación. No puedo hacer esto, mejor retornad Vos conmigo”.
Respondió el Dios:
“Señora, no puede ser. Si hubiese Yo de abandonar Mi reino, y abandonase a aquellos que buscan Mi consuelo y reposo, entonces la Rueda no giraría más. La edad y la debilidad reclamarían a Vuestras creaciones que amáis, y en ninguna parte encontrarían reposo, paz y reunión con aquellos que antes partieron. Y ya no habría lugar para los nuevos, únicamente para los marchitos, los fatigados, y los inertes”.
Besó entonces los labios de Ella, diciendo:
“Benditos sean Vuestros labios, que pronunciarán los Nombres Sagrados. Permaneced aquí conmigo; permitidme poner Mi fría mano en Vuestro corazón”.
Mas ella respondió:
“Aunque Os amo, debo retornar. Si hubiese Yo de abandonar el Mundo de la Creación, y desamparase a Mis criaturas, entonces la Rueda no giraría más. Las mujeres dejarían de parir, y las semillas no germinarían más. Y Vuestro Reino sería colmado con todas Mis criaturas, que vendrían en busca de Vuestro consuelo, sin poder jamás retornar al mundo de los vivos”.
Dijo entonces el Dios:
“Si Os negáis a recibir Mi mano en Vuestro corazón, y puesto que habéis venido a Mi Reino, deberéis postraros entonces ante el flagelo de la Muerte, pues tal es el destino de todos los que vienen aquí”.
Respondió la Diosa:
“Es el destino –así es mejor”.
Así pues, la Diosa se arrodilló en sumisión ante el flagelo de la Muerte, empuñado por el Dios, cuyo corazón fue asimismo flagelado con cada golpe que infligía; y Él la azotó con tal ternura en Su mano que Ella gritó:
“¡Conozco Vuestro dolor, y los dolores del amor!”
El Dios la puso de pie y dijo:
“Bendita seáis, Mi Reina y Mi Señora. Quisiera que hubieseis aceptado Mi mano en Vuestro corazón, para que esto jamás deviniera”.
Mas Ella respondió:
“Coloquemos ambos Nuestras manos, cada uno en el corazón del Otro, de tal manera reclamándonos cada Uno al Otro, y uniéndonos ambos entre Nosotros. De esta manera, Yo regiré Mi Reino de la Creación, el nacimiento y la vida; mas compartiré con Vos Vuestro Reino de la Muerte, el rejuvenecimiento, y el reposo. Unámonos en perfecto Amor y perfecta Confianza, para que el Universo sea completo y la Rueda gire por siempre”.
Y dijo el Dios:
“Bendita seáis, Mi Reina y Mi Señora; esto es, en efecto, sabiduría. ¡Así debe ser!”
Entonces le dio de nueva cuenta los cinco besos de la iniciación, diciendo:
“Únicamente así podéis Vos alcanzar el conocimiento y la alegría”.
Ella permaneció con Él tres días y tres noches, y Él le enseñó todos Sus Misterios, y Su Magia. Y Ella le enseñó a Él Sus Misterios. Se amaron y se unieron el Uno con el Otro.
Y al final de la tercera noche, Ella tomó la Corona de Él, y ésta se convirtió en un círculo que Ella puso alrededor de Su propio cuello, diciendo:
“He aquí el círculo del renacimiento. A través de Vos, todo pasa y abandona la vida, pero a través de Mí todo puede nacer una vez más. Todo pasa; todo cambia. Incluso la muerte no es eterna. Mío es el Misterio del vientre, que es el Cáliz sagrado, el Caldero del Renacimiento. Entrad en Mí y conocedme, y Seréis libre de todo miedo. Pues al igual que la vida no es sino un viaje hacia la muerte, así la muerte no es sino un pasaje de vuelta a la vida, y en Mí el círculo gira por siempre”.
Con amor, Él entró en Ella, y así renació en la vida. Todavía es Él conocido como Señor de las Sombras, el que da alivio y consuelo, el que abre las Puertas, el Rey del País del Estío, el dador de paz y reposo. Pero Ella es la Madre gentil de toda vida; de Ella todas las cosas proceden y a ella retornan de nuevo. En Ella están los Misterios de la muerte y el nacimiento; en Ella está la consumación de todo amor.
Puesto que hay tres Misterios en la vida humana, que son: Nacimiento, Muerte y Renacimiento, y el Amor los controla a todos. Para consumar el Amor, debéis retornar de nuevo al mismo tiempo y lugar que aquellos que amaron antes. Y debéis encontrar, reconocer, recordar, y amarlos de nueva cuenta. Mas para renacer debéis morir y ser preparado para un nuevo cuerpo. Y para morir debéis nacer, mas sin Amor no podréis nacer entre los vuestros.
Mas nuestra Diosa se inclina siempre por favorecer al Amor, así como a la alegría y a la felicidad. Ella custodia y atesora a Sus hijos ocultos en la vida presente y en la posterior. En la muerte Ella nos revela el camino que conduce a Su comunión, y en la vida Ella nos enseña la Magia del Misterio del Círculo, el cual se encuentra entre los mundos de los humanos y de los Dioses.
De tal manera nos son enseñados los orígenes de la Rueda del Año, cuyo gobierno es compartido por el Señor y la Señora, y cómo es que cada Uno brinda y comparte un equilibrio con el Otro.
Como fue en la hora de nuestro comienzo, así es ahora, así siempre será.
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